En España, las sentencias judiciales nunca responden a lo que dispone el código, siguen siendo potestad de una sola persona: el juez. Su interpretación de las leyes decide sobre la vida y el patrimonio de las personas y no le tiembla el pulso al firmar las sentencias, porque trabajan "con papeles" y toma sus decisiones escuchando a dos profesionales, abogados de la defensa y la acusación, que rizan el rizo con triquiñuelas legales, a quienes tampoco importa mucho el destino del imputado, porque unos y otros cobrarán sus emolumentos ganen o pierdan.
La teoría dice que todos somos iguales ante la ley. Aunque la evidencia sostiene lo contrario, la Justicia ampara a quien puede sufragársela, y a los tramposos. El ciudadano sencillo que se ve implicado en un proceso judicial tiene que acatar las sentencias, humillantes a veces, y preparar el talonario para pagar a unos y a otros. No puede replicar. Se le impide hablar. Y cuando se le engaña legalmente, la culpa es suya, nunca de la Justicia, del sistema judicial, ni de quienes de ella viven.
Después de las críticas recibidas por el caso Garzón, los jueces del Supremo responden que ellos se limitan a aplicar la ley. Y así debiera ser, pero no es. Los jueces del Supremo, como los de Primera instancia, redactan sus sentencias en función de la Ley, faltaría más, pero trufada con sus vivencias, sus experiencias y su ideología. Negar eso sería como negar su existencia como personas porque somos lo que comemos y lo que bebemos. Las fuentes que alimentan nuestras decisiones se hayan en el subconsciente. Las ideas arraigan a base de vivencias y lecturas, y la española no es precisamente una judicatura que se caracterice por sus profesionales independientes y con ideas progresistas. Y eso no sería malo si no tuvieran el poder que tiene sobre personas y haciendas.
Una conocida, licenciada en Derecho, que aspiraba a la carrera Judicial, decía que adoraba el poder absoluto que confiere la toga, el poder de hacer callar a cualquiera, de imponer su voluntad sin oposición, hacer y deshacer a su antojo, esa parecía ser su máxima aspiración, no la aplicación de las leyes, porque para impartir justicia primero hay que ser justo y después tener bien presente lo que la palabra implica.
Sólo hay que acudir a las hemerotecas, en ellas encontraremos cientos de sentencias donde la Justicia, con mayúsculas, está ausente, hay sentencias, si, pero hechas por humanos que se llaman jueces, no por Jueces justos.
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