Charlas en el cerrillo quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos interesados en la palabra escrita. Aquí tendrán cabida ideas, pensamientos, opiniones, anécdotas y relatos. Porque muchas veces las ideas más acertadas, los pensamientos más ingeniosos, las opiniones más certeras y las anécdotas más divertidas acaban perdiéndose por no tener un foro donde ponerse negro sobre blanco. También los relatos, cuando no se dispone de editor, terminan arrinconados en un cajón, razón por la cual muchas buenas historias jamás serán leídas.

viernes, 30 de marzo de 2012

Dirán que fuimos cinco o seis

Ahora asistiremos a la guerra de números, para unos serán muchos y para otros pocos, pero desde dentro parecían muchísimos si tenemos en cuenta que para avanzar 400 metros hubo personas que tardaron más de 90 minutos.  Éramos tantos que resultaba imposible avanzar, por tanto, triunfo absoluto de los manifestantes enfrentados a las reformas. Seguramente la asistencia masiva a las concentraciones tendrá poco, por no decir ningún impacto sobre las decisiones que vaya a tomar el Partido Popular pero, lo que sí es seguro, es que el pulso, señora Camacho (Presidenta del PP catalán), esta vez, lo ha ganado la calle. 
Dos reveses (elecciones andaluzas y asturianas y huelga general) en tan poco tiempo deberían hacer recapacitar al Presidente del Gobierno. Nadie duda de que se deben recortar gastos, tal y como exigen los socios europeos, pero también resulta imprescindible recuperar el mercado laboral y en esa dirección han sido más bien escasas las medidas adoptadas, máxime si, como se prevé, los Presupuestos Generales que presentarán ante el Congreso hoy mismo, van a aumentar los impuestos para los pequeños y medianos empresarios.
Es hora de que aparezca un Roosevelt español que comprenda que el mercado se mueve a base de compradores, no de asustados contribuyentes.  Potenciar el comercio y la industria nacional debería ser una de las prioridades de un partido que asegura trabajar por los intereses patrios. Luchar contra la corrupción, la especulación y la economía sumergida sería una buena manera de demostrar que realmente pretenden solucionar el problema del paro, porque atacando los derechos laborales y los derechos sociales demuestran que la suya es una política revanchista y revisionista, cuyas recetas económicas provienen de Berlin y Bruselas. Debe ser duro, durísimo, para un gobierno que proclama su españolismo, y contrario a las autonomías españolas por independentistas, recibir órdenes desde esas cancillerías y, por tanto, someterse a los designios de la Unión Europea.
Escuchándoles antes de las elecciones del 20N parecía que cuando ganaran La Moncloa iban a dar un zapatazo sobre la mesa y todos los gobiernos europeos se pondrían a trabajar para don Mariano Rajoy, pero lo único cierto es que seguimos igual, sino peor, de como estábamos hace sólo cuatro meses, con la amenaza del rescate de nuestra economía por parte del Banco Central Europeo, y aplicando las políticas económicas que nos imponen unos dirigentes foráneos que han sido incapaces de llevarlas a la práctica en sus países.
Por supuesto que nadie está pensando en la posibilidad de abandonar la moneda única europea, pero sí en un gobierno español fuerte, decidido, con la suficiente autonomía y libertad, para quitarse de encima la presión de los mercados, que lleve a cabo reformas económicas y políticas en base a los intereses nacionales y deje de lado el servilismo y las ganas de agradar a sus socios europeos. Un gobierno así sin duda sabría poner las bases de una recuperación económica efectiva y verdadera, y no seguiría hundiéndonos, cada día más, en el hoyo de la crisis.

martes, 27 de marzo de 2012

La tormenta

El hombre se despertó sobresaltado, con la mano que le colgaba de la litera empapada. La sentina hacia aguas y empezaba a anegar el suelo del camarote. Saltó raudo de su cubil y, cuando alcanzó el suelo, fue consciente de la borrachera de la noche anterior: le dolía terriblemente la cabeza y las piernas apenas lograban mantenerle en pie. El balandro daba fuertes pantocazos, pero ni siquiera el viento de la proa le había despertado. Por un momento sintió un escalofrío en la espalda erizándole los pelos de la nuca. Repasó mentalmente la situación y, a pesar del abotargamiento, recordó que se encontraba a varias semanas del puerto más cercano. Buscó desesperadamente la bomba de achique eléctrica y recordó, para su regocijo, que se había quemado un par de semanas antes cuando intentaba achicar el agua de un velero alemán gobernado por una hermosísima teutona que le había pedido ayuda, sin saber cómo, el pareo que cubría el cuerpo de la mujer se había enredado en la bomba, quemándola, pero a quién le importaba entonces, cuando empezó a oler a quemado, los dos rodaban sobre la teka completamente ajenos a lo que sucedía a su alrededor. Y, como las desgracias nunca vienen solas, el generador eólico se había estropeado dos días después de soltar amarras en Tenerife, última escala antes de lanzarse a cruzar el Atlántico en solitario. Por tanto se imponía una decisión rápida. Primero había que descubrir el origen del problema, evaluar todas las posibilidades y, en caso necesario, lanzar un S.O.S. y rezar para que algún mercante navegara por las proximidades. No le resultó difícil hallar la causa: una pequeña vía de agua bajo el camarote de proa. La fibra de vidrio del casco se había agrietado, como consecuencia de los fuertes pantocazos del balandro. Resolvió salir a cubierta y escudriñar el mar. Abrió el tambucho y sacó la cabeza en el mismo instante que una ola enorme barría la cubierta. El agua desbocada  inundó la cabina gracias al tambucho abierto inoportunamente. El patrón perdió el mundo de vista durante unos segundos. Cuando recuperó el aliento observó perplejo que  el nivel del agua había subido en el interior. No era cuestión de desesperarse, pero la rabia le salía por los ojos. Regresó al interior de la embarcación que se bamboleaba violentamente, síntoma evidente de que el viento estaba haciéndola virar y atravesándola al viento. 
“Sólo falta que se rompa el piloto automático”, pensó mientras se lanzaba hacia la taquilla donde guardaba el equipo de agua. A duras penas tuvo tiempo suficiente de ponerse los pantalones cuando un nuevo roción dobló el nivel de agua dentro del camarote, "mierda", había dejado abierto el tambucho. La cosa empezaba a ponerse seria. Con gran esfuerzo consiguió colocarse la chaqueta de agua y el arnés  de seguridad y, sólo había puesto un pie sobre la bañera, cuando una nueva ola le arrastró hasta el balcón de popa. Afortunadamente había fijado el arnés instintivamente y el cabo le retuvo a bordo. Empapado y enfurecido se levantó en el preciso instante en que la vela mayor se rajaba de arriba abajo con gran estruendo. Un sonido nítido a pesar de la fuerza del viento y del mar. No era el momento de abandonar y él lo sabía. “¿De dónde había salido aquella galerna?“ Se preguntaba arrastrándose hasta la proa con la intención de arriar la génova que hacía balancear peligrosamente el barco. El cabo de vida, que le mantenía sujeto al barco, era corto y le impedía arriar la vela que se sacudía violentamente contra todo lo que encontraba a su paso después de soltar la escota que la mantenía tensa. Era necesario soltar el arnés si quería adujarla correctamente e izar el tormentín. Miró el mar bravío y soltó el seguro, se puso en cuclillas esperando el momento oportuno para recuperar la driza de génova. Cuando creyó llegado el momento, se incorporó ágilmente pero, antes de impulsar sus piernas hacia delante, la quilla chocó contra la cresta de otra ola y salió despedido por la borda. Un rayo iluminó la noche. Cuando emergió de las profundidades, sólo pudo observar el barco alejándose, saltando sobre las olas, con el palo mayor iluminado por el fuego de San Telmo, mientras él, como si fuera de corcho, subía y bajaba al ritmo del mar. No intentó nadar para alcanzar la nave, eso le agotaría rápidamente. Sabía que sólo un milagro podía salvarle. En mitad del océano, lejos de todas las rutas comerciales y, cual novato, no había tomado la preocupación de lanzar un S.O.S. Se abandonó a su suerte. 
Despertó súbitamente cuando el roción de agua le cayó sobre la cara. Frente a él sonreía, con su boca mellada, el cocinero negro de la goleta. Un tipo gordo y bonachón que siempre estaba de broma. Todo ha sido un sueño, pensó mientras volvía a cerrar los ojos. Se había quedado dormido en cubierta. La noche anterior soplaba una brisa suave y el cielo estaba despejado. Apetecía dormir al raso, contemplando los millones de estrellas que iluminaban el cielo. Bajo la cubierta se escuchaban los lamentos de la carga. Dos semanas antes habían zarpado de Gorea, en la costa africana. Empujada por los alisios la nave bogaba rauda, ajena al sufrimiento de los hombres, mujeres y niños que se hacinaban en sus bodegas. Allí abajo el hedor era nauseabundo y, a veces, empujado por los vientos rolantes, inundaba la cubierta. Mientras dormitaba, el muchacho recibió nuevamente el impacto del olor nauseabundo y pestilente procedente de la bodega. Ni siquiera abrió los ojos, simplemente intentó espantar el hedor con gesto indolente. Tuvo el tiempo suficiente para abrir los ojos y ver como cuatro manos de hierro le asían de pies y  brazos, le levantaban en volandas y le lanzaban por la borda. Las miradas de los esclavos se había cruzado con la suya y, por unos segundos, fue consciente de la rabia acumulada en aquellos rostros surgidos de la noche. Desde el mar, donde flotaba como un corcho, vio alejarse la goleta y jamás supo la suerte que corrieron los demás marineros, ni conocería el destino de aquellos desgraciados, que desconocían el gobierno del barco, el manejo de las velas y los principios de la navegación, y que perecieron por inanición mientras el barco navegaba a la deriva. Viendo alejarse el barco el hombre sonrió hasta que recordó que aquél mar estaba infestado de tiburones. 
Despertó de la pesadilla en le preciso instante que un fuerte golpe de mar rompía uno de los mamparos del petrolero. Llevaban horas navegando con mala mar y estaban a punto de doblar el Cabo de Finisterre. De hecho los destellos del faro se veían nítidamente. El oleaje era infernal pero el aire era limpio y la vista alcanzaba muchas millas. Subió al puente donde el capitán intentaba establecer contacto por radio con el práctico del puerto. Antes de que nadie se lo ordenase bajó a comprobar los tanques de petróleo. A pesar del fuerte impacto y de la brecha abierta en el casco no había pérdida de carga. Regresó enseguida hasta el puente para informar. Allí se encontró a un encolerizado capitán que gritaba a la radio su indignación. Desde la costa le informaban de que no podía acercarse, que era necesario cambiar el rumbo y dirigirse mar adentro, hacia la tormenta. Propuso que para compensar la escora, de la que informaba el máximo responsable del petrolero, consecuencia de la vía de agua, sería necesario inundar los compartimentos de babor. Aún así, insistían desde tierra a través de las ondas, no existían un puerto con el suficiente calado para admitir un transporte de doscientos metros de eslora y veinte metros de puntal, por lo que insistían en el cambio de rumbo y el alejamiento, antes de que el barco se partiera en dos, encallara en cualquier bajío y produjera una marea negra de incalculables consecuencias. El capitán, contrariado, dio la orden de virar 180º y dirigirse al rabo de nube, no sin antes pedir un transporte para desembarcar a los miembros no imprescindibles de la tripulación. El helicóptero de salvamento marítimo llegó en pocos minutos y fue izando, uno por uno, a los marineros con una guindola corroída por el salitre, el cabo se rompió cuando subía el último marinero, que cayó al mar, y se perdió en las aguas revueltas. 
El hombre despertó empapado en sudor y con la mano mojada. Tardó unos segundos en reconocer su cama y su habitación en penumbra. Sin embargo le resultó extraño notar la mano mojada. Se incorporó para descubrir con disgusto que el suelo estaba inundado otra vez. Cuando escuchó la tormenta en el exterior, maldijo su suerte y se prometió que esa sería la última. Estaba decidido a venderla de una vez por todas. Miró el reloj, comprobó que eran las cuatro de la madrugada, y se le escapó una blasfemia. Conocía el ritual que le aguardaba. Su indignación fue mayor cuando recordó que apenas unas horas después debía presentarse al examen para obtener el título de patrón de yate. Las lágrimas de impotencia no le impidieron ver la luz anaranjada del camión de bomberos que aparcaba frente a su casa para achicar el agua de la tormenta.

lunes, 26 de marzo de 2012

El oso andalúz

No. No hay que vender la piel del oso antes de cazarlo, como ha hecho el PP de Andalucía al apuntarse la mayoría absoluta en las elecciones autonómicas del 2012 antes de que tuvieran lugar, porque las decepciones ante el fracaso suelen ser más profundas y dolorosas.
Ahora sólo cabe esperar que IU no cometa el mismo error de apreciación que le llevó a entregar el gobierno de Extremadura a la derecha al abstenerse en la Cámara durante la votación para elegir al Presidente de la Comunidad.  Cierto es que el PSOE merece un voto reprobatorio, pero lo que indican los resultados, como ocurrió en Extremadura, es que el electorado ha virado más a la izquierda en busca de respuestas frente al ataque que los trabajadores y las clases humildes están sufriendo desde que el Partido Popular accedió al gobierno de la nación.

A cuatro días de la huelga general, convocada por los sindicatos contra la reforma laboral y los recortes en materia social, los asturianos y los andaluces han expresado mayoritariamente su opinión en las urnas: ni Mariano Rajoy tiene las manos libres para hacer lo que le venga en gana, ni Rubalcaba era el mejor candidato para regenerar el PSOE, y por añadidura, el techo electoral del PP se logró en las Elecciones Generales del 20N.  El peligro para la izquierda está en la abstención, en ese colectivo deben hacer hincapié si quieren recuperar el Gobierno en las próximas Generales. Convencer al elector de que no se quede en casa y participe debería ser el objetivo prioritario de los partidos progresistas, de los de verdad, no de los que dicen serlo en tiempo electoral y que luego terminan devolviéndonos a los inicios de la democracia con sus leyes y decretos. 
La de ayer, pues, es una buena noticia, un rayo de esperanza, de que las cosas han cambiado para seguir como estaban.  No hay nada nuevo bajo el sol.  Las fuerzas electorales siguen en sus posiciones de salida.  Sólo la abstención de los votantes progresistas hace que el gobierno del país cambie de color político, nunca la suma de nuevos votantes para la bancada azul. Y los causantes de tanta desafección política hay que buscarlos en los periódicos y televisiones de la derecha que nos bombardean continuamente con noticias catastróficas que no lo son tanto, pero que logran meter el miedo en el cuerpo.
Asturias
El pueblo, afortunadamente, es más sabio de lo que piensan los creadores de opinión, la ciencia popular supera, a veces, los intentos de manipulación.  Como decía mi padre en tiempos de la Dictadura tras escuchar un discurso de cualquier político: no he entendido nada, no porque no comprendiera el idioma, sino porque desconocía la jerga; pues eso, por mucho que no bombardeen con primas de riesgo, bonos basura, daciones en pago y demás zarandajas, la gran mayoría nos perdemos en esos discursos para especialistas, pero la intuición juega a nuestro favor, y resulta muy difícil, sino imposible creer a la señora Cospedal cuando afirma que lo progresista hoy en día, es ser de derechas. Porque esos progresistas iban a sacarnos de la crisis en cuanto llegaran al poder y, cuatro meses después, seguimos cayendo en el abismo.


jueves, 22 de marzo de 2012

Jo, qué flash

Y... ¿Cómo es él? ¿En qué lugar se enamoró de ti? Es un truhán... que me ha robado todo. José Luis Perales susurraba en mi oído, melancólico y azucarado. Mas allá de los auriculares sonaba el traqueteo del tren. Mi cuerpo se bamboleaba al compás del vagón. Sólo una docena de personas ocupábamos el compartimento, todos inmersos en sus pensamientos. A mí, la música, me había hecho olvidar los problemas por unos momentos, aunque los acontecimientos de las últimas horas zumbaban en mi cabeza como un moscardón, una y otra vez. Por fin regresaba a casa, terminaba una semana terrible y el fin de semana me ayudaría. El lunes quedaba muy lejos. Hasta entonces mi única intención era descansar, relajarme, olvidar. Ni siquiera me enteré de cuándo el vagón se llenó. Estaba tan concentrada intentando apartar los recuerdos y escuchando la radio con los ojos cerrados que, al abrirlos, me sorprendió su mirada perforándome, unos ojos tan azules como el Mediterráneo que corría junto a la ventanilla, el pelo negro ensortijado, una amplia sonrisa de autosuficiencia en los labios y una colilla apagada en la comisura. La insolencia de su mirada me hizo estremecer. Me arrellané en el asiento y entorné los ojos para huir del presente. Imposible concentrarse en la música. Los malos recuerdos habían desaparecido pero notaba su mirada, inquietante, perturbadora. Mis ideas se alborotaron. 
No soy bonita y jamás me había encontrado en semejante situación. Siempre tuve la sensación de haber pasado por la vida de los hombres como el viento, sin dejar rastro. Hasta Joaquín, mi marido, que esperaba al final del trayecto, parecía haberme olvidado. Seguíamos juntos, más por amistad que por amor. Yo misma, que me había casado a lomos de una nube, miraba a otros hombres con esperanza, y eso que, sólo unos meses antes, no podía imaginarme en brazos de otro que no fuera mi Joaquín. Quise mostrarme indiferente, segura, imperturbable ante la insolencia del desconocido, pero notaba mis movimientos forzados. Una situación embarazosa, vaya que sí. 
Sentada frente a un desconocido que me estudiaba, que me examinaba, que escrutaba con el descaro del rufián, mi mirada iba de la ventanilla al suelo para no encontrarme con sus ojos turbadores. La imagen de mi marido se interpuso entre nosotros fugazmente, hasta que recordé su frialdad, y la mía. Caí en la cuenta de que había olvidado su cumpleaños y me irritó el despiste, esas cosas no me sucedían a mí. Tendría que volver a la ciudad al día siguiente y comprar cualquier tontería para cumplir con el ritual y maldita la gracia que me hacía. Esperaba que el fin de semana sirviera para recargar pilas. Podía comprarle algo  en el pueblo y salir del paso. Aunque no sería lo mismo. Joaquín es muy caprichoso y no deseaba contrariarle. ¡Le hacía tanta ilusión el Cartier! 
Sonreía al imaginar la decepción de Joaquín al abrir su regalo cuando noté su rodilla contra la mía. Abrí los ojos enojada y tropecé con los suyos, con su sonrisa burlona y autosuficiente, y la colilla apagada en la comisura de sus labios carnosos. Era un canalla y lo sabía, por eso jugaba conmigo. 
_Oye, perdona. ¿Tú no vives en Mataró? 
_No, respondí secamente y giré la cabeza hacia la ventanilla. 
¡Vaya, un ligón! Pensé confundida mientras buscaba refugio en los cristales y el mar que corría a nuestro lado. A lo lejos, un balandro enfilaba la bocana del puerto. Presentía su mirada fija en mí. 
Me sorprendieron los sentimientos encontrados que me sobrevinieron repentinamente. Por un lado me molestaba su descaro y por otro deseaba que continuara hablando. No tardó  en insistir 
_ ¿Seguro que no vives en Mataro? 
_ Segura. 
Respondí a su juego y, mientras le invitaba a proseguir, me mostraba descortés, forzada, distante. Coqueteaba porque creía dominar el juego. Dando a entender que no tenía intención de hablar con él, rogaba que no callara. Quería que se mostrara ingenioso y divertido para cruzar el puente tendido entre nosotros. Deseaba encontrar los límites y el deseo que tenía de hablar con aquél tío guapo se hizo irresistible. Primer error. Interpretó mi media sonrisa como el pistoletazo de salida. Casi le exigió al hombre sentado a mi izquierda intercambiar los asientos. Era guapo y atrevido. Me gustó su descaro, porqué negarlo. El aludido levantó las gafas del periódico deportivo que devoraba, le miró, me miró y se levantó, cediéndole el lugar, aunque no pudo reprimir un gesto de fastidio. 
_Es una amiga, mintió al cruzarse con él. Cuando estaban en pie el tren frenó y ambos se abrazaron para mantener el equilibrio. A punto estuvieron de derrumbarse sobre una anciana que contemplaba la escena sin comprender nada. Fue un momento cómico y reí abiertamente. Mi segundo error. 
El hombre de la mirada turbadora se dejó caer pesadamente a mi lado. Lo hizo deliberadamente para atraer toda mi atención, aunque ambos sabíamos que la química se había instalado entre nosotros. 
_Perdona. Con el traqueteo casi me siento sobre tus rodillas. Hay maquinistas que parecen hacer conseguido el carnet en una tómbola. 
Me estiré la falda y arreglé la blusa. Me sentía incómoda y dichosa. Ahora, con él sentado a mi lado, tenía libertad para mirar al frente. En esas apareció el revisor. Le entregué el billete y, antes de que pudiera recuperarlo, se me adelantó. Leyó el destino y me lo devolvió, sonriendo. 
_¿Arenys? Bonito pueblo. 
Enrojecí como una colegiala. 
_No, Mataró,respondí burlona. 
Tercer error. 
_El caso es que me recuerdas mucho a alguien. ¿No nos hemos visto antes? 
Vulgar. Muy vulgar la manera de empezar una conversación. Me hice la sorda. Empezaba a decepcionarme. Tampoco esperaba nada especial. Ni siquiera pretendía mantener una conversación inteligente con un desconocido. Hasta con los conocidos resultan difíciles ese tipo de conversaciones. 
El tren reanudó la marcha. Concentré toda mi atención en el andén desierto que iba quedando atrás y, después en el mar infinito. Pasaron unos segundos interminables hasta que habló otra vez. Descubrí que, a pesar de su vulgaridad, deseaba su conversación. Esperaba sus palabras. ¿Por qué? ¿Qué había pasado? Nada, simplemente quería hablar, conversar con alguien. Una charla trivial puede ser reconfortante. Yo la necesitaba y el tipo no era desagradable. ¿Por qué no? Un día era un día. Normalmente nunca hablo con desconocidos. Sin embargo aquel hombre poseía un magnetismo irresistible. Vestía con estudiado descuido pero en conjunto resultaba atractivo. Si, aunque hablara del tiempo, deseaba hablar con él. Para conversaciones profundas siempre quedaba Joaquín. Prácticamente era lo único que nos mantenía unidos, su inteligencia y erudición. Siempre le he admirado y, hasta unas semanas antes de aquel viaje, le amé como si fuera el único hombre sobre la Tierra. Pero, sin saber cómo ni porqué, un día me desperté fría a su lado. Sus caricias dejaron de excitarme, y sus manos, antes tan suaves, se tornaron ásperas. El cariño y la amistad eran el último reducto de lo que había sido amor y entrega por mi parte. 
_Si te molesto..., dijo al fin. 
Dejó la frase incompleta de forma estudiada. 
_¿Cómo?, caí. 
_Digo que, si te molesto..., volvió a lanzar el anzuelo. 
_No. No me molestas. 
_Pensaba que... 
_Normalmente no acostumbro a conversar con extraños. 
_Ni yo, no vayas a pensar. Pero es que creí que nos conocíamos. De verdad, tenía una sonrisa encantadora, y yo ganas de abandonarme y no pensar. Olvidarme de Joaquín y del maldito trabajo donde todo eran problemas. Además, ahora tenía que decidir quién se quedaba y quién se iba porque, según el director financiero, la empresa hacía aguas por todas partes, y yo, como jefa de departamento, tenía que elegir los colaboradores más eficientes, tenía que elegir a quién mandar al paro. Cuál de mis amigos, si es que mis colaboradores en el departamento pueden catalogarse como amigos, debía abandonar la nave. Una decisión extremadamente difícil. No sólo porque era necesario valorarlos uno por uno, sino porque tendría que elegir. Mi decisión destrozaría ilusiones y futuros. Y quien me aseguraba que no iba a equivocarme. Yo misma podría ser la siguiente en salir. Incluso, pensaba, aunque acierte plenamente nadie comprenderá jamás lo difícil que resulta tomar una decisión así. 
_¿Vives en Mataró?, me atreví a preguntar. 
_¿Quién yo? No. ¿Por qué? 
_Bueno, como me has preguntado si vivía, pensé que tú... 
_Es lógico. 
A esas alturas del viaje su rodilla estaba pegada a la mía y notaba su calor. No me retiré. Me divertía el juego. Nos habíamos convertido en el centro de atención. Por el simple hecho de entablar una conversación intrascendente, nos contemplaban expectantes. El hombre del periódico había detenido la lectura para observarnos, encontraba más interesante nuestra actitud que los próximos fichajes de su equipo. La viejecita también miraba. Una pareja, debían ser matrimonio porque ni se miraban, tampoco perdía detalle, y una jovencita regordeta, sentada junto al pasillo, devoraba con la vista a mi interlocutor mientras se relamía sus gruesos labios carmesí. 
_La gente ha perdido la inocencia, decía el hombre. ¿Por qué si alguien nos atrae, nos interesa, no le dirigimos la palabra? ¿Por vergüenza? ¿Por miedo? 
_Tal vez por vergüenza, me aventuré a replicar. 
_Por miedo, me atajó él con seguridad. La gente tiene miedo, miedo de los desconocidos, miedo a descubrir su soledad. ¿Tu tienes miedo de mí? 
_No, respondí segura. 
_Sin embargo, soy un desconocido. 
_Es verdad, pero no tengo ningún temor. 
_¿Estás segura? 
_Claro. También soy de las que opina que la gente debe recuperar el diálogo. Cada día hago el mismo trayecto, siempre coincido con las mismas personas. Ellas me conocen y yo las conozco. Algunas me intrigan. Sin embargo, nunca hablamos. Nos encerramos en nuestros pensamientos y en nuestros problemas, y casi rogamos para que ningún extraño nos importune. 
La charla prosiguió amena y divertida. Las personas con las que compartíamos espacio no existían, aunque nosotros representábamos su centro de atención. Todos eran reacios a retomar su rutina: leer el periódico, mascar chicle, mirarse la punta de los zapatos, contemplar el paisaje, las cosas que hacemos para evitar encontrarnos con la mirada del vecino. El tiempo transcurrió rápido mientras el tren avanzaba hacia mi destino. 
De pronto todo se precipitó. No recuerdo la frase ni el momento. Simplemente recuerdo cómo se estremeció hasta la última molécula de mi cuerpo. Había abierto mi coraza como una colegiala. ¡Le había contado tantas cosas! Notaba su aliento cálido en mi mejilla y me invadía la rabia. Estaba paralizada. La locomotora silbaba para anunciar su entrada en la estación de Mataró. El hombre del periódico se incorporó para salir. Deseé pedirle ayuda pero no tenía ni fuerzas, ni valor, ni ganas. 
_Vamos tía, dámelo, gritó con rabia. El hombre, que estaba a punto de salir, se volvió para mirarnos, los demás, sorprendidos por el grito, volvieron a sumergirse nuevamente en sus disimulos, aunque miraban por el rabillo del ojo. A él parecía no importarle la curiosidad de los cobardes. Se levantó y se paró frente a mí en actitud desafiante. Su mirada seguía siendo azul y su pelo negro y ensortijado, pero su gesto era violento y amenazador. 
_Venga. Dame el dinero, tía. 
Era increíble. Estaban atracándome ante decenas de personas y nadie movía un dedo. Lágrimas de rabia empaparon mis mejillas, lágrimas saladas como el mar que nos observaba al otro lado de la ventanilla. La mano me temblaba al entregarle el monedero. Me lo quitó de un manotazo. 
_¿Es de oro?, preguntó indicando el collar que colgaba de mi cuello. 
_Sí, balbuceé aturdida y furiosa. 
Lo arrancó con un estirón brusco y abandonó el vagón tranquilamente, como si nada hubiera ocurrido. Incluso el hombre del periódico se apartó temeroso para cederle el paso. No hizo el más mínimo intento por detenerle. 
_¡Qué sinvergüenza!, fue lo único que dijo antes de descender. 
_Jo, qué flash, apostilló la gordita del chicle, la música de cuyos auriculares se escuchaba en el silencio de un vagón petrificado. 
_¿Dónde iremos a parar? –filosofó el vejestorio. 
El matrimonio me miró sin decir esta boca es mía. El resto de los pasajeros ni se enteraron del atraco, y, los que lo presenciaron, volvieron a sus pensamientos. Nadie se interesó por mí. Les importaba un rábano lo ocurrido. Satisfechos de no haber sido las víctimas. 
El resto del viaje transcurrió en una nube. Con los ojos llenos de lágrimas por la insensatez  y la impotencia, y totalmente inmóvil, mirando desafiante a los viajeros que pretendían mostrarse compasivos, los que lo hacían terminaban mirando al suelo para ocultar su cobardía. Me preparaba para bajar cuando escuché otra vez a la gordita del chicle repetir como para sí: 
_Jo, qué flash.

Madrid 13M

Me despertó el gentío, la Hidra había mordido otra vez. Hércules impotente lloraba en su Olimpo particular.

Héroe

Juan creyó las mentiras y se apuntó voluntario. Murió en Irak sin conocer la verdad.

Abre los ojos

Primero vinieron a por los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron a por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron a por los católicos, y yo no hablé porque era protestante. Después vinieron a por mí, y para entonces, ya no quedaba nadie que hablara por mí.   (Martin Niemöller, 1945)

Estos versos de Niemöller sobre los nazis en 1945, falsamente atribuídos a Bertolt Brecht, demuestran bien a las claras que la pasividad sólo puede llevarnos al desastre.  Vienen a cuento porque son muchas las cartas al director en diferentes periódicos, de supuestos trabajadores, contrarias a la convocatoria de huelga del próximo día 29 de marzo.  Esos trabajadores no la creen necesaria porque los recortes en materia laboral y social aprobados por el gobierno del sr. Rajoy no les afectan, no han sido tan drásticos como esperaban o porque los sindicatos convocantes no hicieron nada contra el gobierno del sr. Zapatero que fue el que nos metió en la crisis.
Esas cartas dejan claras dos cosas, que los ataques contra los sindicatos lanzados desde los medios de comunicación de la extrema derecha han dado sus frutos y que cuando el dictador escribió su discurso póstumo donde aseguraba dejarlo todo atado y bien atado, lo hacía con conocimiento de causa. De los sindicalistas podemos hablar y no parar, hay de todo, como en botica, pero si no existieran los sindicatos, habría que crearlos, porque es la única fuerza reivindicativa de los trabajadores está en la unión, el empresario tiene suficiente con la reforma laboral.  En cuanto al legado político del Dictador está más que claro, ha dejado un pueblo no sólo apolítico, sino contrapolítico, por lo que no es de extrañar que los argumentos de los mal llamados apolíticos coincidan siempre en defender ideas retrógradas y de derechas.  Pero un país que odia la política, que se vanagloria de no entenderla, que está siempre contra los políticos, es un país analfabeto, un pueblo que sucumbe frente a los engaños.
Este es un país donde los trabajadores se jactan de ser de izquierdas por el simple hecho de pertenecer a la clase trabajadora pero que votan a la derecha porque promete mejores mejoras sociales que la izquierda, promesas que aunque incumplen sistemáticamente les reportan beneficios electorales al reconocerle la valentía de haber mentido por el bien del país, ¿por qué la mentira en los políticos de la derecha genera confianza entre el electorado y la medio verdad se convierte en una losa para la izquierda?
Desengañémonos, las políticas sociales del PP y del gobierno del sr. Rajoy no van encaminadas al bien del país, sino al de una clase social que durante las últimas décadas del siglo pasado y la primera de éste había perdido ciertos beneficios de clase, si les interesara el bien común, el de la Patria, que ellos dicen, perseguirían el fraude, la especulación y el latrocinio, y no se ensañarían con las clases populares.  La derecha española es, de lejos, la más reaccionaria de Europa porque en su seno acoge desde la democracia cristiana a la extrema derecha, y parece que su fin último consiste en desmontar el sistema social y político conseguido en los últimos cuarenta años con grandes esfuerzos de todos los ciudadanos. Primero introduce medidas impopulares que afectan a un número escasos de personas, luego aumenta la presión paulatinamente en forma de recortes en prestaciones y servicios, y finalmente terminará afectando a la totalidad de la población que ya acostumbrada, y aterrada, permanecerá inmóvil y no sabrá enfrentarse a la abversidad.
Por eso, a los trabajadores que no creen en los sindicatos, ni en la huelga, ni en las movilizaciones porque... tal y como están las cosas, sólo podemos empeorarlas, resulta oportuno recordarles el final del poema de Niemöller: y cuando vengan a por tí, quién hablará por tí.
¿Qué habría sido de nosotros si Marcelino Camacho, Nicolás Redondo y otros sindicalistas anónimos, en los tiempos de la Dictadura, hubieran pensado como muchos de los trabajadores de hoy en día?  Cuando reformen la ley de huelga, que lo harán, ¿cuántos saldremos a las calles para defenderla?  

jueves, 8 de marzo de 2012

Dos más dos no son cuatro

En España, las sentencias judiciales nunca responden a lo que dispone el código, siguen siendo potestad de una sola persona: el juez.  Su interpretación de las leyes decide sobre la vida y el patrimonio de las personas y no le tiembla el pulso al firmar las sentencias, porque trabajan "con papeles" y toma sus decisiones escuchando a dos profesionales, abogados de la defensa y la acusación, que rizan el rizo con triquiñuelas legales, a quienes tampoco importa mucho el destino del imputado, porque unos y otros cobrarán sus emolumentos ganen o pierdan.
La teoría dice que todos somos iguales ante la ley. Aunque la evidencia sostiene lo contrario, la Justicia ampara a quien puede sufragársela, y a los tramposos.  El ciudadano sencillo que se ve implicado en un proceso judicial tiene que acatar las sentencias, humillantes a veces, y preparar el talonario para pagar a unos y a otros.  No puede replicar.  Se le impide hablar.  Y cuando se le engaña legalmente, la culpa es suya, nunca de la Justicia, del sistema judicial, ni de quienes de ella viven. 
Después de las críticas recibidas por el caso Garzón, los jueces del Supremo responden que ellos se limitan a aplicar la ley.  Y así debiera ser, pero no es.  Los jueces del Supremo, como los de Primera instancia, redactan sus sentencias en función de la Ley, faltaría más, pero trufada con sus vivencias, sus experiencias y su ideología.  Negar eso sería como negar su existencia como personas porque somos lo que comemos y lo que bebemos.  Las fuentes que alimentan nuestras decisiones se hayan en el subconsciente. Las ideas arraigan a base de vivencias y lecturas, y la española no es precisamente una judicatura que se caracterice por sus profesionales independientes y con ideas progresistas.  Y eso no sería malo si no tuvieran el poder que tiene sobre personas y haciendas.
Una conocida, licenciada en Derecho, que aspiraba a la carrera Judicial, decía que adoraba el poder absoluto que confiere la toga, el poder de hacer callar a cualquiera, de imponer su voluntad sin oposición, hacer y deshacer a su antojo, esa parecía ser su máxima aspiración, no la aplicación de las leyes, porque para impartir justicia primero hay que ser justo y después tener bien presente lo que la palabra implica.
Sólo hay que acudir a las hemerotecas, en ellas encontraremos cientos de sentencias donde la Justicia, con mayúsculas, está ausente, hay sentencias, si, pero hechas por humanos que se llaman jueces, no por Jueces justos.

viernes, 2 de marzo de 2012

Inoportuno

Resulta inoportuno, inapropiado e indecente hacer la presentación de los nuevos aviones de transporte adquiridos por el ejército español cuando se están recortando derechos sociales, máxime si el coste de dichos aviones se aproxima al monto total de los recortes que propone el gobierno del PP para reducir el déficit en el porcentaje que exigen desde Bruselas.
Es posible que fuera necesaria la renovación de los aparatos y, aunque no lo fuera, hay que mantener contentos a los que defienden nuestros derechos como país y como clase, eso nadie lo pone en duda. Entre los cosas sagradas con las que no debe jugar ningún gobierno (español), aparte de la Iglesia, se hallan el ejército y la policía.  Aunque debemos recordar que la última guerra que ganó ese ejército es la que llevó a cabo contra su propio pueblo (cautivo y desarmado), la historia reciente está llena de recuerdos funestos para los militares españoles, cuyo declive comenzó con la aniquilación de la Armada Invencible, y de eso ya hace muchos siglos.  Por tanto, si tenían que congraciarse con los militares, podían haberlo hecho en privado y no con ese alarde de autosuficiencia donde el Rey, que les debe el trono, actuaba como maestro de ceremonias.
Porque los recortes y los sufrimientos que se anuncian van destinados a los mismos de siempre: los débiles.  Los poderosos van a seguir disfrutando de sus derechos y de nuestros dineros.  Y los asalariados aguantando discursos catastrofistas de quienes roban el dinero de todos.
Ahora, para rizar el rizo y confundir a la población, recuperan los atentados del 11 de marzo, pues continúan con la cantinela de que existen zonas oscuras, mientras no recuperen Covadonga y el espíritu de la reconquista podemos dormir tranquilos.  Pero con la recuperación de SU memoria histórica, seguro que nos enzarzaremos en discusiones bizantinas que nos alejarán de la triste realidad: el expolio de los dineros públicos que van a llevar a cabo.  Y seguirán sin actuar sobre la economía sumergida, la corrupción  y demás zarandajas que, aun representando muchísimos millones, parecen no interesar a la Hacienda pública.
Para colmo, el Banco Central Europeo, entrega cientos de miles de millones a la Banca, al 1% de interés a 5 años, para que lo reparta en forma de créditos a empresas y particulares al 5% anual, sí, la gran Banca, ve los números en un espejo: el de la Avaricia.