Charlas en el cerrillo quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos interesados en la palabra escrita. Aquí tendrán cabida ideas, pensamientos, opiniones, anécdotas y relatos. Porque muchas veces las ideas más acertadas, los pensamientos más ingeniosos, las opiniones más certeras y las anécdotas más divertidas acaban perdiéndose por no tener un foro donde ponerse negro sobre blanco. También los relatos, cuando no se dispone de editor, terminan arrinconados en un cajón, razón por la cual muchas buenas historias jamás serán leídas.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Un cuento políticamente incorrecto: BOBITTO

El día que mamá me dijo que María iba a venir a vivir con nosotros fue un día especial, no por nada, sólo porque mamá no venía a mi habitación muchas veces cuando me levantaba, el que venía era papá. Por eso digo que fue un día especial, porque mamá vino y me besó muchas veces. Bueno, ella siempre me besaba mucho, más cuando era pequeño, pero ahora que soy grande ya no me besa tanto. Vino a mi cuarto cuando aún no me había despertado. María, ¿te acuerdas de ella, cariño?, vendrá a vivir a casa; ¿no te importa, verdad vida mía? Para entonces papá hacía semanas que se había ido. Yo nunca he sabido por qué papá un día dejó de quererme y se marchó. Recuerda que siempre te voy a querer. Tenía los ojos muy rojos y se mordía el labio inferior. No sé qué pudo hacerle enfadar tanto. Había sido malo, pero no tanto como para que mi papá se fuera de casa y sólo quisiera verme domingo sí, domingo no. Algunas veces, cuando mamá aún venía a buscarme al cole, le veía escondido detrás de un árbol, pero no le decía nada para que mamá no se enfadara conmigo, ni con papá. Porque desde que mi papá se fue de casa, mi mamá no dejaba de decirme cosas y más cosas que yo no entendía. Pero ella se enfadaba mucho si yo lo nombraba a mi papá, y yo no lo nombraba para que ella se enfadara conmigo, porque yo los quiero mucho a los dos, lo nombraba porque me acordaba o porque lo veía escondido detrás del árbol del otro lado de la calle, con un cigarro en la mano, como siempre, fumando a todas horas. Y si nos veíamos el uno al otro, porque estoy seguro de que cuando yo le veía él también me veía, y los dos nos veíamos a la vez, nunca me hacía un gesto o una mueca, ni movía los ojos de aquella manera que a mí me hacía reír tanto cuando vivía con mi mamá y conmigo. Y si yo me hacía el remolón, para que viera la camisa nueva que me había regalado María, aunque era de un color que no me gustaba, un color que me recordaba al de las moras que mi papá ensartaba en un junco cuando íbamos de vacaciones a su pueblo, pero que a mamá y a la tía María, como insistía en que la llamara, les gustaba muchísimo porque tenía un montón de ropa de ese color, mamá me tiraba con fuerza del brazo, que parecía que iba a arrancármelo de cuajo. Mi mamá siempre tenía prisa desde que mi papá ya no vivía en casa. Y siempre me reñía si me detenía a ver el escaparate de la tienda de animales. Siempre quise tener un perro y mi papá decía: Para qué, los animales necesitan espacio para correr, un animal encerrado en un piso pequeño se muere de pena. Aunque él, cuando era pequeño en el pueblo, había tenido perros y gatos, y hasta un conejo de monte que encontró su padre, pero en casa no quería animales. Claro, como él no los quería yo no los tuve. Pero, cuando se marchó, el día que me dijo que siempre iba a quererme mucho, mi mamá me regaló un gato, bueno una gata. El gato es arisco y me hace fiiiiiiiuuu cuando me acerco, debe estar enfadado conmigo porque le lanzo al aire para que caiga de pie. La señorita Tere nos dijo que los felinos siempre caen de pie, y como un gato es un felino, y una gata también, yo la lanzo al aire, con las patas para arriba y ella siempre cae de pie. Eso lo hacía antes muchas veces, pero ahora la gata se esconde cuando la llamo y me hace fiiiiiiiiiiiiuuuuuuu, arruga el hocico y me enseña los dientes. Ya no me deja que la acaricie el lomo como mi mamá. María también lo hace, aunque menos veces, porque a ella le salen granos, se pone colorada y estornuda cuando acaricia a la gata. Se enfada mucho cuando encuentra pelos de la gata en la cama de mamá, porque María duerme en la cama de papá y mamá. Yo pensaba que dormiría en la cama de la habitación pequeña, como el tío Fernando cuando vino a operarse. Claro que entonces papá todavía vivía en casa y dormía en la cama grande, y yo los domingos iba a despertarlos, y los días feriados, y los tres nos hacíamos cosquillas y reíamos hasta que mamá decía: Bueno, ya está bien, arriba todo el mundo, que a quien madruga Dios le ayuda. Y mi papá respondía que de eso nada, que no por mucho madrugar amanece más temprano, y nos reíamos, aunque yo no sabía por qué.
Ahora no. Ahora, desde que María duerme en la cama grande, mamá no me deja entrar los domingos a despertarla, dice que soy mayor. Pero yo las oigo a ellas que se ríen como antes nos reíamos los tres, y oigo a mamá: Basta, basta que no puedo más, déjalo que nos va a oír el niño. El niño duerme. Que no, que no, que hace rato que oigo la televisión. Pues eso, estará viendo los dibujos, anda no seas tan recatada, otra vez y nos levantamos. Es que tendría que hacerle el desayuno a Pablito. Que se lo haga él, ya tiene edad. Pero si sólo tiene siete años mujer. ¿Siete años?, yo a su edad llevaba la casa y cuidaba de mis hermanos. ¿En serio? No seas boba, ¿cómo iba a hacer todas esas cosas?; pero el desayuno sí me lo preparaba yo sola, las mujeres tenemos que espabilarnos desde niñas. No, si Pablito ya se prepara sus Korn Flakes, pero es que sólo tiene siete años. Yo a los siete años iba sola a la escuela. Eran otros tiempos mujer, además, en un pueblo es diferente. Y seguían así durante un rato, hablando; luego se reían. Yo esperaba que se levantaran para ir a comprar los churros que tanto me gustaban, bueno a mi papá también le gustaban mucho y siempre me llevaba con él hasta la churrería del parque, después compraba el periódico y, algunos días, una flor. Eso de las flores debe ser cosa de mayores, porque María también trae flores muchos días. La casa huele muy bien cuando hay flores.
A mi me gustan las flores que trae María, se lo agradezco y procuro obedecerla en todo, no sólo porque mamá me castiga si no lo hago, sino porque es simpática conmigo y me regala muchas cosas. Antes me hacía más regalos, cuando no vivía con nosotros, y venía a cenar, siempre aparecía con un regalo para mí. A veces eran regalos buenos y bonitos, de los que pedía a los reyes y no me traían porque se olvidaban. Cuando venía a cenar se quedaba a dormir en casa porque vivía lejos. Siempre venía los días antes del domingo. Esos días mamá y ella dormían hasta tarde y se reían sin mí. Fue entonces cuando mi mamá me dijo que ya era grande para ir a su cama a despertarla y, como se levantaba tan tarde, aprendí a subirme a la encimera y alcanzar el Colacao, el vaso y las galletas. Y me sentaba frente al televisor y veía Doraimon y Chinchán y el Equipo A y Humor Amarillo y me reía mucho con ellos, igual que María y Mamá se reían en la habitación.
En casa de papá las cosas eran diferentes, porque papá sí me dejaba que fuera a su cama a despertarle, solo que no me gustaba que me pinchara con la barba. Cuando vivía en casa, la barba de papá no pinchaba. Y la boca tampoco le olía mal. No me gustaba que me besara hasta después de lavarse los dientes. Cuando iba a despertarle a su habitación no me hacía cosquillas, ni nos reíamos. Sólo me abrazaba y se empeñaba en besarme, con lo mal que le olía la boca, y en abrazarme; estaba de un pesado. Claro que tampoco íbamos a comprar churros. Pasábamos el día mirando la tele. Él tumbado en el sofá y yo tendido en el suelo. A veces íbamos un rato al parque, pero papá se cansaba enseguida de estar allí, y regresábamos a casa pronto.
Una noche, mientras mirábamos la tele, María, mamá y yo, apoyé la cabeza en la pierna de mamá y me dormí. Pero me desperté, estaba soñando con que la gata, por una vez, no caía con las patas en el suelo y me desperté, pero no abrí los ojos porque quería continuar durmiendo para saber qué le pasaba a la gata. No sé, decía mi madre. ¿De verdad no hubieras preferido una niña? No lo sé, de verdad. Piensa que las niñas son más listas y se desarrollan antes, en cambio los niños son más brutos, sólo les gustan los juegos violentos, en cambio una niña es diferente. A la edad de Pablito ya sería toda una señorita y podrías vestirla como a ti te gusta, en cambio a un muchacho, ¿cómo se viste un muchacho? En eso tienes razón, a una niñas la vistes con los vestidos que tú hubieras querido vestir, la peinas como quisieras peinarte, claro, en eso llevas razón. Además la entenderías mejor, sería como tú y como yo, con los mismos problemas y las mismas inquietudes. ¿Tú crees? Bueno, puede que no exactamente, pero ya me entiendes, las mujeres nos entendemos mejor entre nosotras, como supongo que les ocurre a los hombres entre ellos. Tal vez tengas razón, pero la naturaleza eligió y nació Pablito. Ya, eso no puede cambiarse, pero soñar es libre, y aunque sólo sea un sueño, ¿no te gustaría que tu hijo fuera una niña? Calla, puede oírte. Qué va, no ves que está dormido. Pero ¿y si nos oye? ¿Sinceramente, no hubieras preferido una niña? No lo sé María, puede que tengas razón, posiblemente con una niña me llevaría mejor, últimamente el niño está muy raro. Tiene siete años, está empezando a ser un hombre. Si pero puede que sea demasiado chico para ir solo al colegio. Está a dos manzanas de aquí, sólo tiene que atravesar una calle, y con semáforo. Ya María, pero algunos padres me miran mal, incluso la señorita Tere, su tutora, me hizo llegar una nota interesándose por mi salud. Quizás es demasiado pronto para tantas responsabilidades, pero así se forjan las personas, a base de responsabilidades, anda llévale a la cama, y vamos nosotras también que mañana hay que madrugar. Y yo mentí a mamá y a María, apreté los ojos con fuerza para que no supieran que estaba despierto y no se enfadaran conmigo. Claro, me costó mucho volver a dormirme, pues no dejaba de pensar que mamá quería una niña y yo era niño. Y en mi cama pensaba cómo podía hacer feliz a mamá, no encontraba la respuesta y lloré por no poder hacer feliz a mi mamá, porque la imaginaba triste. Ella quería una niña y no la tenía.
Luego, en casa de papá le pregunté qué prefería: un niño o una niña. Las niñas a partir de dieciocho que no traen problemas. Yo no entendí qué quiso decir. A lo mejor él también quería una niña y no me lo dijo para no entristecerme. Luego me abrazó muy fuerte, me besó con su mal aliento y me pinchó un rato con la barba. Los dos nos reímos, aunque yo no tenía ganas. Sólo nos faltaba eso, que la seguridad social pague los cambios de sexo, dijo mi padre mientras leía el periódico. ¿Y eso qué es? Nada hijo, cosas de mayores, ya te enterarás. ¿Por qué no quieres decírmelo, porque soy un niño? No hijo, no, es que eso son cosas de mayores, no lo entenderías. Si me lo explicas despacio. Pues eso, que los hombres que no quieres serlo más se operan y se convierten en mujeres. ¿Un niño puede convertirse en niña? Bueno, si, técnicamente si. ¿Yo podría convertirme en una niña? ¿Tú quieres ser una niña? No, bueno, no sé, las niñas no tienen penix y los niños si. Mamá no tiene penix ¿verdad papá? No mi vida, mamá no tiene penix. Entonces, si yo me corto el penix, ¿seré una niña? No hijo, no lo entiendes, cuando seas mayor lo comprenderás, ahora déjame leer el periódico, luego después iremos a comer al McDonald’s, ¿te apetece comer una hamburguesa? Bueno.
Pensé mucho en lo de hacerme niña, si mamá prefería niña y María también, y hasta papá las prefería a partir de los dieciocho años, ¿por qué no convertirme en niña? Seguro que todos iban a estar muy contentos y todos íbamos a reírnos muchos. Supuse que mamá me dejaría volver a compartir las risas en la cama grande, con ella y con María, los domingos por la mañana. Por eso cogí las tijeras de la cocina y me corté el penix. Me dolió un poco y salía mucha sangre, pero fui hasta la habitación de mamá y llamé, casi no podía hablar por el dolor. Mamá se desmayó al verme sangrando, y con el peñix en la mano, y María se puso a gritar. Llamaron a una ambulancia para llevarme al hospital. Ahora no sé lo que soy, porque yo quiero ser una niña y todos me tratan como un niño, aunque no tengo penix. El mundo de los mayores es tan raro.

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