La crisis económica ha dejado al descubierto, con toda su crudeza, una crisis aún mayor que venimos sufriendo desde hace años: la crisis de valores. Todos aquellos valores con los que crecimos, y creció nuestra sociedad, han sido arrinconados, olvidados hasta su extinción. Ya nadie habla de igualdad, fraternidad, solidaridad, honorabilidad, honradez, ética y todos los demás valores que hacen al hombre diferente de los animales. Los viejos valores se han vendido al capital. Hoy prima el individualismo, el yo y para mí. Poco importan las desgracias ajenas, las epidemias, las hambrunas, las guerras y los crímenes de los regímenes despóticos, cuando éstos oprimen a los demás. Ande yo caliente y ríase la gente, decía Quevedo muy acertadamente. Y en esas estamos.
Pero, si no somos capaces de comprender que nuestro destino como hombres sociales, como animales políticos (en el sentido aristotélico) depende del destino de la sociedad entera, el futuro será imperfecto y las desigualdades se incrementarán. No indignarse con la mentira, el engaño, el robo, la tortura o la guerra, se produzca en el lugar del mundo que se produzca, nos limita como personas, reduce nuestras mentes y, sobre todo, acaba convirtiéndonos en uno más del rebaño de conformistas que, con su actitud, inactividad y acriticismo, certifican y validan todas las barbaridades pasadas, presentes y futuras.
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