Charlas en el cerrillo quiere ser un lugar de encuentro para todos aquellos interesados en la palabra escrita. Aquí tendrán cabida ideas, pensamientos, opiniones, anécdotas y relatos. Porque muchas veces las ideas más acertadas, los pensamientos más ingeniosos, las opiniones más certeras y las anécdotas más divertidas acaban perdiéndose por no tener un foro donde ponerse negro sobre blanco. También los relatos, cuando no se dispone de editor, terminan arrinconados en un cajón, razón por la cual muchas buenas historias jamás serán leídas.

jueves, 16 de febrero de 2012

Primero fue el verbo

La reforma planteada por el Uno, Grande y Libre Partido Polular, tal y como se esperaba viene a profundizar en la Contrareforma emprendida por los conservadores españoles desde el mismo instante en que ocuparon el poder.
Acabar con el estado del bienestar parece ser la consigna a seguir entre los dirigentes autonómicos y los nacionales.  Las urnas les han otorgado el poder omnímodo para deshacer y no van a reprimir sus ansias; que las tenían desde que perdieron las elecciones del 2004 frente al PSOE de Zapatero, a quien siempre han acusado de haber alcanzado el poder gracias al terrorismo, nunca han admitido que tal vez, sólo tal vez, la culpa de esa derrota la tuvieran sus grandes errores, entre los que no es despreciable haber llevado al país a una guerra ilegal, la mala gestión del desastre del Prestige y las mentiras con las que quisieron convencernos de su inocencia y buen hacer.
Hace quince años, durante las legislaturas de Aznar, la situación económica era otra, no sólo la urdimbre empresarial estatal era grande y próspera, lo que permitió su reparto en ventajosas condiciones entre amigos y conocidos, también la burbuja inmobiliaria se inflaba a pleno pulmón, llenando las arcas del Estado artificialmente, lo que arrastró a muchos jóvenes al mercado laboral, a enrolarse en el barco de la construcción y de la expeculación como forma rápida, sencilla y segura de enriquecerse, y abandonando su formación académica como inversión de futuro. Sin embargo, hay un estamento que permanece anclado, no ya en la década anterior, si no en el siglo pasado: el empresarial.
España siempre ha carecido de un entramado empresarial fuerte y competitivo, que siempre ha escatimado recursos a la investigación (recordemos el autogiro y el ictineo) y, como los jóvenes de la década anterior, también espera que descubran los otros. Por regla general, los empresarios españoles, suelen ser malos gestores, indolentes y severos, viven casi exclusivamente de patentes foráneas, del ladrillo y del sector servicios, pero tienen usos y costumbres de grandes patrones y suspiraban por una legislación laboral que les dasatara las manos. Y éste gobierno ha llegado dispuesto a ayudarlos.
El abaratamiento del despido, según los especialistas y los ministros de Trabajo, Economía y Hacienda, no ayudará a la recuperación del empleo a corto plazo, es casi seguro que servirá para todo lo contrario.  La modificación en los artículos que afectan a los sindicatos y a la negociación colectiva representa una patada en el culo a los representantes de los trabajadores, y abre las puertas a la rebaja de salarios. El abaratamiento del despido improcedente también ayudará a los empresarios a librarse de trabajadores reivindicativos y molestos.
El mundo financiero ha demostrado que la desregularización y laxitud en las medidas de control y en las leyes nos ha llevado a una gran crisis, ha obrado exactamente en la dirección contraria de la que predicaban los economistas más liberales (o libertinos) partidarios de la libertad absoluta.  Es una falacia que el mercado, sea económico o laboral, se autoregule, sin embargo, esa patraña ha conseguido engañarnos y no son pocos los trabajadores por cuenta ajena que están de acuerdo con la reforma laboral propuesta por los conservadores.  Hasta donde sabemos, la falta de normas lleva el abuso de los más fuertes contra los más débiles.
Una gran duda nos asalta en esta tesitura: ¿Se recuperará alguno de los derechos que vamos a perder durante la legislatura?  Seguramente no.  ¿Será necesario regresar a las condiciones laborales del siglo XIX para que los trabajadores tomen conciencia que la única manera de conseguir mejoras resulta de la unión de sus fuerzas?  Esperemos que no. Si los ciudadanos de este país no empezemos a fiscalizar los actos de quienes no gobiernan,  a interesarnos por el bien común más que por el individual, apagamos la televisión y abandonamos el sofá para salir a la calle para reivindicar nuestros derechos, perderemos lo conquistado con grandes esfuerzos; si permanecemos impasibles y embobados el estado del bienestar no sobrevivirá, se lo llevará por delante la estafa que llaman crisis.  Un estado del bienestar, el nuestro, que no lo olvidemos, no tiene punto de comparación con el de los países europeos más desarrollados, los que nos exigen los recortes a los países más pobres de la eurozona (los llamados PIIGS), unos recortes que van a conducirnos, sin lugar a dudas, a una más profunda depresión, mientras sus bancos y sus especuladores se llenan los bolsillos.
La riqueza de unos pocos descansa sobre la miseria de muchos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario