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jueves, 9 de febrero de 2012

Justicia: ¿ciega o vengativa?

No.  No ha sido una sorpresa.  La condena al juez Garzón por las escuchas de la trama Gurtel ha sido sólo una demostración de lo que nos espera.  Hay cosas que son sagradas y una de ella es el respeto por las tradiciones, la otra la Iglesia.  
Un juez puede destrozar la vida de una persona que mata accidentalmente, de un chorizo que roba para comer, de un hombre que decide cambiar de esposa, de cualquier desgraciado que no tenga quien le defienda pero, ay, si el juez decide aplicar la ley a la cúpula dirigente, recobrar la memoria de los vencidos o recuperar el dinero público robado a manos llenas, recibe lo que se merece.  Poco importa que ese juez haya sido una estrella mediática y que sus logros profesionales hayan sido aplaudidos por medio mundo, si dispara contra todos los que infringen la ley termina creándose tantos enemigos que tarde o temprano acabará en la picota.  
Baltasar Garzón puede que haya cometido errores en la instrucción de la trama Gurtel y en la recuperación de la memoria histórica pero nunca habrían sido tan graves como para expulsarle de la carrera judicial. En este caso la Justicia ha obrado más por venganza que por aplicación de la norma. Dos semanas después de declarar no culpable al ex Presidente de la Comunidad Valenciana, se descuelgan con una condena al hombre que destapó una de las tramas corruptas más importantes desde la llegada de la democracia a éste país y trató de devolver la dignidad a los hijos de los cientos de muertos ajusticiados en las cunetas.
No es necesario recordar que la española, como la argentina, la chilena, la uruguaya y otras muchas dictaduras que la siguieron, fue una dictadura asesina, donde se mató y asesinó a personas inocentes, cuyos grandes delitos consistieron en ser pobres, incultos y no compartir las ideas de los amos.  Los asesinos, bendecidos por la Iglesia, dominaron la vida pública y privada durante cuarenta años y muchos de los dirigentes políticos, económicos y culturales actuales son hijos y nietos de los vencedores, no pocas fortunas actuales provienen de actos inconfesables y, en definitiva, la transición representó una válvula de escape para los vencedores, un punto y aparte de la historia, mientras que los vencidos se vieron obligados a asumir la derrota definitivamente.  
Ningún país puede superar un pasado siniestro sin enfrentarse a la ignominia.  Ningún país verdaderamente democrático envía sus máximos representantes institucionales y políticos al entierro de un viejo fascista.  No lo ha hecho Alemania, ni Argentina, ni Chile, ni Uruguay.  España si. España, dicen, es diferente.  Y tan diferente.  Seremos diferentes, pero el dictador murió en la cama, porque si continuara vivo seguiríamos bajo el yugo,
Garzón es la última víctima del franquismo y la primera del revisionismo histórico del uno, grande y libre Partido Popular.

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